Una vez más nos reuniremos para exponer, reflexionar y debatir sobre diversas temáticas que tienen relevancia y significación para los jóvenes. El jueves 25 y el viernes 26 de Septiembre nos juntamos en El Almenar en un clima de respeto y tolerancia, con estudiantes de distintas realidades que nos visitan, y donde debaten ensayos propuestos por alumnos que han trabajado durante algún tiempo y que ahora les presentamos. Los siguientes ensayos esperan sus comentarios antes de ser expuestos. Felicitaciones a los expositores y buena suerte.

Hernán Quinteros
Profesor de Filosofía
Organizador del Encuentro
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Participaron de este Encuentro los Colegios International Country School, Colegio Francisco Arriarán, Liceo Tajamar de Providencia, Colegio Estela Segura, Colegio Jorge Huneeus, Colegio San Luis de Curacaví, Colegio Andino y por supuesto nuestro Colegio Almenar del Maipo

“Eso que no es eso”

Alumno: Nick Ávila
Curso: IV Medio B
Profesor: Mauro Tapia A.
Colegio Jorge Huneeus Zegers

Se suele repetir que los primeros filósofos buscaron el arjé. Pero en “qué consiste el arjé” es una cuestión que aún ahora no está clara. De modo que, desde sus inicios la filosofía se anuncia como un misterio: eso que no es eso.
Tal aseveración lo dice todo y, quizá es bastante aceptable, pero el problema es que nadie la puede verificar por sí mismo, porque a lo que alude, a lo que se refiere la frase, esto es, al arjé, no existe. Me explico: si aceptamos que “existir” es “estar en un lugar y espacio determinados”, es decir, “tener límites” —repito— el arjé no existe, porque él, en tanto es el origen o la fuente de todo lo existente, él mismo no puede existir, pues carece de todo límite, en tanto (nuevamente) es origen de todo lo limitado. No teniendo ningún límite puede dar existencia a todo lo limitado[1]. Entender esto es básico para comprender lo que se quiere insinuar con la tesis: eso que no es eso.

El arjé que propongo para validar la tesis (eso que no es eso) es una especie de divinidad o dios, propio de cada uno, personal, que algunos llaman “conciencia” o “mente”, estados por los cuales podemos conocer el amor o el dolor, “cosas” —por lo demás— “inexistentes” en el mundo. En un sentido profundo, el arjé reúne en sí todos los posibles opuestos, es lo encontrable y lo inencontrable, es el momento en que uno se da cuenta de que uno es y el instante en que uno deja de ser. Ambas alternativas absurdas, paradójicas, contradictorias, misteriosas, “inexistentes” porque nadie sabe el momento exacto en el que se inició su “darse cuenta de que es” y nadie sabrá cuando deje de ser o de saberse que es. Cuestiones trascendentales y, al mismo tiempo, obvias para relacionarse en el mundo. No es tema de este ensayo, pero es comprensible que la conciencia, esto es, la capacidad de darse cuenta de algo sea considerada como el arjé por algunos.

Pero desde este punto de vista tenemos dos problemas que guardan relación con los orígenes y el término: no sabemos cuándo comienza ni cuándo termina esta conciencia-arjé, desde la cual “surgen” todas las cosas de las cuales me percato. Me arriesgo a decir que aquello que no comienza ni termina, aquello que para nosotros no es evidente que nazca ni perezca debe ser muy semejante al infinito; así debe interpretarlo nuestra mente. Eso explica la tendencia que tenemos a pensar la conciencia como inmortal, sin fin, aquello que no ha comenzado nunca.

Entonces, ahora la pregunta es cómo tomamos conciencia o nos damos cuenta de que hay o existe el arjé. Anécdota interesante: siendo tan importante el arjé, siendo el origen de todo, yo no sabía de él, hasta que se me enseñó en clases de filosofía. Pero la comprensión del arjé, es personal, porque uno para comprender qué se quiere decir con arjé debe comparar, inevitablemente, el concepto de arjé (que es único) con otros arjés (lo cual es contradictorio), o sea, de modo que para entender el arjé, la mente debe “multiplicarlo” en muchos conceptos que se jerarquizan y se contrastan entre sí, convirtiéndolo en una cosa, porque es tratado como un objeto, siendo que no es cosa, eso que no es eso. Así me percaté de que yo tenía mi propio arjé (otra contradicción), algo que nadie me puede quitar, porque si lo intentaran, no sabrían qué quitarme, ni yo sabría qué entregar; este arjé que yo me he construido es algo que sé que esta ahí…, no sé si dentro o fuera de mí ( lo que no existe ¿dónde puede estar?) porque pensándolo bien, nunca he podido mirar en mi interior y lo que veo en el exterior solo lo puedo percibir yo mismo, desde mi propio punto de vista, por ende, es privado, por lo tanto, mental, sin embargo, y aún así, el arjé es algo único, distinto de cualquiera y en consecuencia, es ilógico pensar que las personas tengan otro arjé, porque sería distinto al mío, y no puede haber dos. Si el arjé es la fuente de todo lo existente, no es posible que haya dos arjés, pues uno tendría que ser el origen del otro, por lo tanto, el origen de todo solo puede ser único. El arjé es doble o múltiple cuando es un mero pensamiento, cuando se ha expresado lo inexpresable; para entenderlo bien: el arjé es lo que nos hace ser distintos (lo paradójico es que debiera ser múltiple porque nos hace distintos, pero si fuera múltiple ¿cómo lo llamaríamos en cada caso? Debería poseer distintos nombres, si fuera así no sabríamos nada acerca de eso que nos hace distintos) Llamamos con el mismo nombre a cada pelo aun cuando comprendemos que es distinto uno de otro, debido a la tendencia mecánica que posee nuestra mente a meter todo en un mismo saco y nombrarlo de la misma forma.
La concepción del tiempo que poseemos responde a nuestra tendencia a colocarle a todo un mismo nombre, a generalizar de forma desmedida: todo lo que ocurre puede ser clasificado o en pasado, o en presente, o en futuro. De manera que desde nuestra perspectiva vemos una multiplicidad de cosas a las que podemos clasificar de acuerdo a su pasado, presente y futuro. Sabemos que las cosas tienen un comienzo, un desarrollo y un final, al menos es eso lo que creemos. Pero lo curioso, y lo misterioso, es que el arjé no puede ser separado en un comienzo en un medio o en un fin; para ser separado tendría que ser distinto “ahora” del que fue y del que será; sin embargo, él siempre es él mismo, pues si la fuente del cambio también cambiara sencillamente sería imposible para nosotros percatarnos de que las cosas que vemos son distintas de las que fueron y de las que serán. Sin lo permanente, sin eso que no es eso, el cambio no podría percibirse, el cambio se percibe en el no-cambio, en el arjé.

La conclusión de todo esto parece afectar la petulancia de cualquier filósofo: tratar de buscar, estudiar, describir el arjé es una pérdida de tiempo, porque lo que se logre conocer (si ocurre) no podrá ser comprendido por nadie, porque mi arjé no sirve o no es de utilidad alguna para que ustedes experimenten “su” arjé (para algunos será Dios para otros el Diablo), lo que confirma que el arjé está más allá del lenguaje, en tanto él es el origen de las cosas nombradas pero él mismo no acepta ningún nombre: arjé solo encubre a “eso que no es eso” en mí y en ti, o sea, en cada uno de nosotros. Dicho de otro modo, aunque tú tengas tu arjé, aunque tengas la sensación de que es solo tuyo y así otra persona tiene otro distinto que también considera propio, aunque esto se entienda así, el arjé sigue siendo único: la multiplicidad viene de la necesidad de expresar lo inexpresable, de ahí proviene la discusión de los innumerables nombres que debemos ponerle a “eso que no es eso” en cada uno de nosotros y sin lo cual nada podría ser o dejar de ser.
Si los primeros que filosofaron buscaron el arjé deben haber entendido el profundo misterio que concierne a la filosofía. Es bien sabido que siempre hay gente que lo tiene todo claro, que posee las respuestas a todas las preguntas, que usa la filosofía como una certeza o una lanza, sin embargo, el que ama a la sabiduría se sabe no sabio, porque aquello de lo cual provenimos, en lo cual nos desarrollamos y finalmente en aquello que nos disolvemos es, pura y simplemente, un no-saber: eso que no es eso.
[1] Como piensa Tales, el agua careciendo de todo forma puede dar origen a todo lo formado; en Anaximandro el asunto es más radical: el arjé no siendo nada es capaz de dar origen a todo lo que es.

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